Arte y juego en los pasillos de pediatría. 4.

Cápsula 4. El tocar de la imagen

Francisco copia en un pizarrón el globo-pecera con pecesito naranja que pinté junto a su cama, lo pinté para Axel, un paciente que hace dos semanas ocupaba la cama en la que ahora se recupera. Axel tenía cuatro meses hospitalizado y junto con él y Miguel, su compañero, pintamos una gran tortuga-pecera en la habitación que compartían. Días más tarde, fue necesario cambiar a Axel de cuarto. El pequeño de cuatro años, lloró por su tortuga. El globo-pecera lo pinté para que no la extrañara tanto. Estas son las dos únicas figuras que he pintado dentro de las habitaciones.

Descubrí con mis alumnos de la clase de psicología, en la Facultad de Artes Visuales, que entre los recuerdos de cada uno había una imagen que nos tocó en la infancia. En la mía prevalecen las maravillosas ilustraciones de un libro de poemas. Me fascinaban porque reconocía la técnica utilizada: ¡Eran lápices de colores! Recuerdo que las admiraba preguntándome cómo era posible que con una simple caja de colores como la mía, se pudiera lograr un dibujo así. Mis alumnos, por su parte, describieron con entusiasmo las cualidades de la imagen que los llamó al arte.

Desligada de su utilidad, la imagen adquiere una libertad sorprendente (Langer, 1953). Las representaciones no están obligadas a respetar las leyes físicas de los objetos figurados, cuyas propiedades determinan sus límites. En el arte, lo que aparece como transgresión, es su distinción y potencia. El globo-pecera, aún lleno de agua, conserva su cualidad de flotar. Es en ese encuentro de contrarios donde surge la poesía (Paz, 2008).

La imagen artística nos toca, porque se presenta ante nosotros con un rostro nuevo, ajeno y a la vez íntimo (Nancy, 2000). La imagen que nos toca, nos penetra. Francisco dibuja el globo-pecera para conservarlo de recuerdo, sin embargo, tanto él, como Axel, Leonela y otros pacientes que han pasado por esa habitación, lo lleva ya anudado a su dedo.